sábado, 3 de noviembre de 2012

Escritor de paso

Un día conocí a un escritor de paso. Así se hacía llamar. Él siempre viajaba de un lado a otro buscando cosas que le inspirasen para poder escribir las mejores obras, pero nunca lo conseguía. Sus libros no eran los más vendidos ni los más comentados, y esto le provocaba que siempre estuviese triste. Le vi en una cafetería, de madrugada, yo paseaba y él se inspiraba. Por casualidad nos pusimos a hablar y me contó quién era:

-No mucho, las editoriales siempre me dicen que ya no improvisaba como antes –dijo.
-¿Cómo antes?
-Sí. Comencé a escribir desde joven y a la gente le gustaba mucho, pero poco a poco fui perdiendo el encanto de la escritura.
-¿Y no sabes a que se debe?
-Pues… -se detuvo un rato mirando al suelo- ciertamente viajo de un lado a otro buscando nuevos temas, pero a la gente no le interesa. No sé por qué, pero mis libros no se leen.
-Y dime, ¿por qué escribes?
-Pues porque me gusta. Es un buen método para relajarte y aclarar las cositas que tengo en mente. Es un arte disponible para todo el mundo, pues la persona más pobre puede ser la más rica escribiendo.
-Entonces ¿qué tienen que ver los demás en todo esto?
-Pues… bueno, el público es el crítico en este mundo.
-El público es el crítico de los libros, no de las cositas de tu mente.

Después de esta conversación, el volvió a viajar buscando inspiración y no supe más de él. Sin embargo, él sí supo más sobre su persona. Había estado en todos los continentes, en muchos países y en más ciudades aun. Se había inspirado en todos los terrenos y en todas las situaciones, pero no vendía. Tras volvérselo a preguntar de nuevo, decidió coger un libro de hace no mucho y leérselo. Tras hacerlo, sus pelos eran espadas, sus ojos lagos y su cuerpo un terremoto. No sabía que escribía con esa fuerza.

Se dio cuenta que él lo que necesitaba era el calor de su pluma y un papel, que lo único que necesitaba era expresarse, el resto no importaba. Sus libros no eran los más vendidos porque no escribía lo que la gente quería escuchar, sino lo que él sentía. Sus libros eran él, nadie más. No quería volver a buscar en la gran ciudad la mejor tecnología ni en la esquina más recóndita a la persona más bella, sino que lo quería conocer y vivirlo. El resto, sólo era papel mojado.

Había viajado más que nadie, había experimentado lo que ningún otro, y por fin se dio cuenta de que ésa era su vida, su vida para vivirla, no para venderla. Decidió no vender ningún libro más y volver a ser libre, cuando no dependía de nadie sino de él mismo, pues así fue como conoció a las personas más importantes de su vida y los lugares más bellos.




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