martes, 6 de enero de 2015

En un enorme olivar


En un enorme olivar, donde la naturaleza proclama la vida, hay un pequeño olivo sembrado en otra tierra. No está lejos del resto, ni siquiera cerca, sólo en tierra diferente. Los animalitos revolotean de un lado para otro, el viento cuenta historias de otros campos y el sol se empeña en cuidarles sin pedir nada a cambio.

Los olivos se hablan los unos a los otros, se alimentan entre ellos con generosidad e invitan a los demás animalillos. En un estado de movimiento constante, la música de la naturaleza guía a la vida a continuar su camino, sin senderos, pero con sentidos. El agua, tan inquieta, decide recorrer cada olivo, bucear por la tierra o volar por el aire, y mientras tanto todo el olivar le mira con orgullo. Los bichitos suben por los olivos y los animales se esconden tras ellos, las hojas les dan sombra y ellos les hacen compañía.

Mientras el movimiento de la vida continua, éste olivo, nuestro olivo a partir de ahora, contempla mudamente. No es ignorado a la par de no ser atendido, no es ni odiado ni querido, y aun así él es físico, aunque a veces se siente fantasma. Él está ahí, observando cómo la vida en el olivar continúa pero sin poder participar. ¿Y será por culpa de su tierra, que es diferente? En la dilación de una respuesta nuestro olivito se contorsiona, se arruga, se alza intentando atender y ser atendido. Pero no grita. Pero no habla.

A veces, algunos días, hoy mismo, en el olivar hay fiesta. Todos los olivos se abrazan ayudados por el empuje de los vientos, ofrecen alimentos y los animalitos los aceptan, el viento canta las melodías más bonitas y el sol viste su mejor gala. En esos momentos, en aquellos días, hoy mismo, a nuestro olivito le gustaría participar. Se alza más, se dobla más, se estira más, pero será que su tierra no se lo permite.

Y está triste, porque guarda un secreto que sólo compartirá con nosotros; en aquel olivar hay un olivo, uno especial, uno fuerte y hermoso, del que nuestro olivito está enamorado. Pero está allá, en otras tierras, diferentes a las suyas, y no le alcanza. El viento, con su cante sobre los olivos, a veces lo tapa y nuestro olivito no lo puede ver, hasta que el empuje llega a su máximo y entonces retornan. Es en ese momento en el que nuestro olivito lo puede ver, fuerte y hermoso.

Querría cambiar su tierra, tener el mismo tipo de tierra que los demás, si así fuere como pudiere hablarle y decirle. Nuestro olivito querría entregarle sus aceitunitas, acariciarle bajo la música del viento, pero él sigue ahí, presente, observándolo, y con ganas de poder rozar sus hojitas cada día, a cada hora, a cada segundo. Pero no grita. Pero no habla.